Algún verso, algún relato… Y unos cuantos garabatos

lunes, 28 de septiembre de 2009

Dilema en el balcón.

Vivía en el piso 10. En un pequeño apartamento.
Estaba viendo la tele cuando alguien llama a la puerta.
Acerco el ojo a la mirilla. Un hombre de traje, sin corbata, bien peinado y afeitado. Tendría unos cuarenta y tantos. Parecía buena gente.

Abrí la puerta.

-Buenas noches, ¿qué desea?

El hombre me dio un fuerte empujón y entró en el apartamento. Se dirigió corriendo hacia el balcón y se subió en el borde.

Yo enseguida me levanté del suelo y corrí hacia él.

-¡No se acerque, o me tiro!

-Bueno, se tirará de todas formas, ¿no?

El pobre suicida estaba temblando de miedo. Y yo también.

-Mi esposa me abandonó, no le veo sentido a seguir viviendo. – dijo sollozando.

-Siento mucho su situación y lo entiendo perfectamente, a mi también me pasó lo mismo.

-¿Ah, sí?

-¡Claro que si! Pero no es el fin del Mundo, créame, hay muchas cosas por las que vivir.

- ¿Como cuáles?

-Bueno, a mi me gusta mucho el fútbol por ejemplo, la música, viajar, leer, tengo amigos que me quieren, también está mi familia. Además, estoy seguro que tarde o temprano moriré, a todos nos llegará. ¿Para que adelantarlo? Quiero aprovechar lo que me queda de vida.

-Es que el sufrimiento es insoportable. – comentó en un tono más sobrio.

Yo me asomé al balcón y me senté en el borde muy despacio, intentaba ganarme su confianza. Miré hacia abajo, había mucha gente mirando. Era totalmente vertiginoso y provocaba una ligera intención de dejarse caer.

-¿No ve toda le gente que hay abajo? ¿Y si se cae encima de alguno y lo mata?

-No había pensado en eso. Pero se apartarán.

-O no. La gente no tiene la culpa.

-En eso tiene usted razón.

El hombre estaba más calmado. Y yo me acercaba cada vez más a él.

-¿Tiene hijos?

-Si, tres.

-¿Y entonces que pretende? ¿Qué sus hijos sufran e intenten suicidarse también?

-No lo harán, no son tontos.

-Pues no lo sea usted tampoco. Entre a mi casa y tómese una copa conmigo, hablemos, de lo que usted quiera, no se acaba aquí su vida, yo lo puedo ayudar. Cuente conmigo.

El hombre se puso a llorar, se sentó y se inclinó sobre mí. Yo lo agarré con fuerza y lo puse fuera de peligro.

Seguí ahí sentado viendo lo incitante que era estar al borde de la muerte.
Me balanceé hacia delante y me dejé caer.

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